El Tiempo en Maletines Grises
Nos roban el tiempo. ¿No lo habéis notado? En pequeñas dosis, sólo un poco cada vez -para que no nos demos cuenta-, pero un día tras otro, indefectiblemente. Nos roban unas cuántas páginas de un libro, el placer de sentir unos segundos más la tibieza del sol cada mañana, un sorbo del café del desayuno, los compases finales de la canción del chelista de la calle Arenal, el último beso antes de una despedida. Nos roban todo eso y se lo llevan en sus maletines grises. Voy en un metro que aunque nunca espera cuando soy yo quien va en su busca, permanece después, sin embargo, largo tiempo detenido en cada estación, aletargado e inmóvil, como un animal inquietante instantes antes de dar caza a su presa. Nadie sube, nadie baja, nadie ni nada se mueve. Habito en una Pompeya de plástico, artificialmente iluminada, donde mis congéneres -sus cuerpos, sus caras, sus manos- ya no son más que instantes detenidos, una radiografía fósil de un aquí-y-un-ahora atrapados bajo un manto d