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EL GALGO ESPAÑOL: EL FIN DE UN IDILIO.

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La primera vez que vi a un galgo tenía siete años. Dibujaba sobre un folio en blanco cuando, al trasluz, descubrí en el papel satinado la silueta de un animal, mitad perro mitad guepardo. Saqué unos cuantos folios más de su funda para ver si se repetía el milagro, y me maravilló comprobar que sí, que a través de mis dibujos infantiles y los documentos de mis padres, habíamos llenado, sin darnos cuenta, la casa de estos preciosos y misteriosos animales. Ya de adulta, mi vida se volvió a cruzar casualmente con la de los galgos -que esta vez eran de carne y hueso-, y como conocerlos es quererlos , ya nunca más se han ido. Acariciar la frente alta y noble de un galgo es un lujo asiátic o . No exagero. En la antigua civilización Egipcia, los antecesores de esta raza eran, junto con los gatos, los animales de compañía preferidos de las familias más poderosas del Nilo, hasta el punto de que, como se narra en documentos de la época (cartas escritas por el griego Herodoto de Halicarnas