Viaje a lo remoto: sensación de retorno.



¡Sensación de retorno!
Pero, ¿de dónde, de dónde?
Allí estuvimos, sí
juntos. Para encontrarnos ese día tan claro
las presencias de siempre
no bastaban. (...)

Mi mirada sentía paraísos
guardados más allá,
virginales jardines
donde con esta luz
de que disponíamos
no se podía entrar.

Por eso nos marchamos.
Se deshizo el abrazo,
se apartaron los ojos,
dejaron de mirarse
para buscar el mundo
donde nos encontráramos.

Y ha sido allí, sí allí.
Nos hemos encontrado
allí (*). 

Hay viajes, como el que sugiere el poema, que son a la vez de ida y de retorno. De ida porque, cuando lo emprendes, la senda a recorrer es aún incierta y resuena el latido de la aventura, de la exploración, de la conquista.  De retorno, porque a medida que caminas, sientes que no estás yendo, sino volviendo. Que tu destino te es, de repente, conocido, que una parte de ti sabe que tu viaje es en realidad sólo una vuelta a casa.

De estas travesías de ida y vuelta interior, nos habla Salinas, pero también Kavafis en su "Regreso a Ítaca" ("Cuando emprendas tu viaje a Ítaca pide que el camino sea largo..."), o Clarice Lispector en "La pasión según G.H." ("Crear no es imaginación, es correr el gran riesgo de acceder a la realidad"). Y algo de esto hay, o al menos así lo he sentido yo, en el viaje a lo ancestral, a lo remoto, que humildemente propone NEØNYMUSun artista que, desde su refugio en la pequeña Covarrubias, hace música para espíritus grandes


El gran logro del proyecto de NEØNYMUS consiste en convertir ese viaje en un sendero que se transita sólo sintiendo. Basta con adentrarse sin prejuicios en una de las cuevas donde tienen lugar sus conciertos (la cueva como templo; el concierto como rito, el artista como oficiante) y escuchar. Escuchar poniendo en off todo lo no esencial, desprendiéndose de capas hasta dejar al descubierto el núcleo. Escuchar como una espiga que se mece al viento, con un nivel vegetal de conciencia. Escuchar y sentir. Y en ese trance, tu cerebro paleolítico (que habita en ti, dormido) reconocerá en la música ancestral que NEØNYMUS recrea -utilizando la imaginación, por supuesto-, una belleza familiar y doméstica.

No sabemos cómo eran las melodías que sonaban realmente en las cuevas de los Neandertales, pero sí que, probablemente, hallaríamos hoy belleza en ellas, pues la música de nuestros antepasados respondía a patrones armónicos comprensibles para el hombre actual (se han encontrado, por ejemplo, flautas prehistóricas fabricadas en hueso con afinación pentatónica, lo que revela una comprensión de la tonalidad muy afín a la nuestra). Pensemos que la forma en que construimos la música no es casual, en ella ha intervenido invisiblemente la naturaleza (la música también es, en origen, naturaleza, domesticada y sofisticada, pero naturaleza al fin y al cabo). Los cimientos de nuestro sistema tonal se asientan en los armónicos naturales que los cuerpos -una cuerda, un tubo, un tronco- producen al ser golpeados, frotados o soplados. Es decir, que de alguna manera hemos considerado bonitos los sonidos que la naturaleza tocaba para nosotros y hemos construido la música a partir de ellos. Como un hombre que disfruta nadando en agua tibia porque, aunque no lo sepa, en una etapa pre-consciente, estuvo sumergido en ella. Esos mismos conectores inconscientes, que nos convierten en viajeros en el tiempo, son los que hacen que la música de NEØNYMUS sea capaz de conmovernos. Y si esa conexión se produce, estarás preparado para iniciar el viaje. 


Durante la travesía, conectarás con el mundo en el que no habían aterrizado aún los neones, los smartphone, los rascacielos ni los coches, el mundo que estaba ya ahí antes de que tú llegaras, antes de que los primeros cromañones poblaran la tierra para cambiarlo todo, el mundo en el que aún vivimos, aunque el grueso manto de la civilización nos impida apreciarlo. Si te quitas los zapatos, sentirás que esa tierra primitiva, desnuda, generosa y cruel al mismo tiempo, late aún bajo tus pies. Que esa tierra es también la que ahora pisas. Sus huellas: tu casa. 

Y será allí, sí, allí, donde lo encuentres: a Ítaca, a tu yo ancestral, a lo remoto. Será un viaje de ida. Será un viaje de vuelta.



(*) Pedro Salinas. Extraído de su poemario "Razón de amor".

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